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Kinderwunsch
Magali Tercero

Laberinto Visual, suplemento periódico Milenio

 

Es dolorosa y bella, muy bella, de factura impecable. Y, es debo decirlo después de hacer una pausa, una obra llena de verdades implacables. Una auténtica obra de artista dispuesta a bucear, sin piedad, en el noveno infierno, en el mar inhóspito y cálido a la vez, de su propio inconsciente. Elocuencia estética y valentía son, para esta cronista, elementos centrales en Kinderwunsch. ¿Podré calificar así el potente ensayo fotográfico de Ana Casas Broda? Mexicana por decisión propia, austríaco–española de origen y nacida en 1965, llegó a México, para quedarse, en 1974, después de nacer en Granada y crecer entre Viena y Nueva York. Pero volviendo al tema: implacable es una palabra fuerte, llena de significados y densidades y texturas. No tengo otra para comunicar el proceso de confrontación que la autora sostuvo consigo misma a partir de su maternidad. Ella y sus hijos son el objeto de estudio en este álbum, en esta obra —porque se trata de un libro–obra, como lo considera ella—–, que se inicia con el tema de la infertilidad (cinco años de tratamiento angustiante tanto para ella como para Val, el padre). “Kinderwunsch en alemán es el deseo de tener niños, y como quería jugar en esta narración con los sentidos de las palabra deseo, niñez, maternidad, lo titulé así”.

 

Acciones y narraciones

 

La obra, editada por La Fábrica en España este 2013, también es una narración en los niveles de la imagen y la escritura, trabajo digital con las fotografías y resultado de “acciones”. Casas Broda escribe un diario sobre el tratamiento contra su propia infertilidad, iniciado en Austria, que incluyó visitas a una serie de médicos “top” mexicanos que no lograban resultados. En medio fluyen emociones contradictorias: la alegría profunda de crear vida y relacionarse con dos seres recién venidos al mundo, la profunda tristeza de recordar una infancia de abandonos y periodos sin abrazos y cariño paternos. También documentó el segundo embarazo porque Casas Broda logró tener dos hijos: Martín y Lucio. Durante el proceso de impresión del libro, la artista fue invitada a participar, por la especialista Susan Bright, en una exposición colectiva de imágenes muy polémicas: en su libro están no solo la desnudez de la madre sino el contacto de los niños con su cuerpo desnudo. Todavía puede verse en Photographers Gallery, en Londres.

 

“Aquí pasó algo”

 

Le pregunto cómo puso en escena los juegos con los niños. Por ejemplo, la imagen en donde madre y niños, todos desnudos, aparecen rodeados de lápices de colores: ella acostada en el piso y ellos jugando con su cuerpo. “Para mí son acciones. Es lo más importante de esta obra realizada a lo largo de siete años. Una vez me acosté y ellos se echaron encima de mí. Yo dije ‘aquí pasó algo’”. Casas Broda comenzó a tomar decisiones fotográficas. Por supuesto, si no ocurría nada no accionaba la cámara. En un momento, Martín fue víctima de su propio juego de envolverse en papel higiénico, como una pequeña momia moderna, y comenzó a llorar. La artista decidió que esa emoción debía registrarse. “Todo este entrecruce entre realidad y ficción es muy importante”.

 

La fotografía documental se replantea


Cuenta Ana: “Dentro de este panorama de obsesiones y recuerdos, lo que se volvió más importante fue poder habitar el presente. La fotografía es eso también, perpetuar lo que ocurre. Venían imágenes recurrentes y los momentos de hacer fotos se volvieron juegos. Había escenas que detonaban algo. Ponía las luces, pero también hacía bastante trabajo digital en ese escenario doméstico. Los primeros años suceden en la casa, es fundamental”. La artista sufrió una depresión intensa a partir de que Martín cumplió seis años, Entró en ese túnel negro de la memoria de sus propios seis años. Y maternidad y depresión, juntos, no son aceptables. Tampoco los partos. Es mucho más aceptable ver fotos de descuartizados. La imagen de un parto donde asoma el recién nacido produce mucho más rechazo que la de un hombre recién asesinado. Por eso este libro–obra es tan completo y potente. Hay una foto donde ambos niños le “borran” la cara a su madre con leche o crema. Me recuerda la ceremonia de “Los Borrados” de los coras de Nayarit, el poema de Ricardo Castillo. A la artista le gustan mucho los libros como idea, como narración, llevar al lector a diferentes niveles desde un lugar personal, construyendo una historia. Las reacciones ante esta obra profundamente conmovedora —me descubre verdades familiares de mi propia infancia, han ido desde el “no, qué deprimente”, el “qué tierno, me recuerda mi infancia”. Un editor lo iba a publicar pero al final no quiso por parecerle fuerte. Algunos decían “recórtalo, es demasiado”. Y la autora decidió dejar de escuchar. Solamente oyó al fotógrafo Gerardo Montiel Klint y a Susan Bright. “Me gusta tu verdad”, le digo a Ana. “Es tan verdadera tu obra. Eso es lo que yo agradezco a los artistas”. Ella señala: “Mira esto: son mis pequeños detalles para dar relevancia al soporte. Son gotitas de leche”. La página, a primera vista está en blanco. Se termina el espacio: Gracias, Ana. Tu obra, desde los noventa, me confronta profundamente.

 

(El libro está a la venta en Gandhi y en El Péndulo).

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