Kinderwunsch
Beatríz Novaro
Este es un libro difícil de describir. Es hermoso, impactante, contradictorio, inteligente, osado, fuerte, sutil, incómodo. Como nuestro cuerpo. Y, por cierto, trata del cuerpo. Pero no solo del cuerpo. A primera vista es un libro sobre el cuerpo femenino, la reproducción y la maternidad. Pero si lo reflexionamos con cuidado, nos daremos cuenta que va más allá de la condición femenina, es también un libro que penetra la extrañeza: la perplejidad que provoca al ser humano el hecho de pertenecer a un cuerpo. La dificultad de los hombres y de las mujeres de compartir su vida, sus sueños, la idea que tienen de sí mismos, con el hecho ineludible de ser cuerpos.
Ana es una artista que observa de manera concentrada hasta que su propio cuerpo revela sus secretos. Siempre a la caza de los momentos perfectos en que el cuerpo se revela, se expresa en voz alta, sonora. La mirada de Ana persigue los enigmas que el cuerpo nos plantea. Gracias a esto tenemos fotografías y textos que forman un conjunto que no se puede confundir con ningún otro libro.
Las fotografías parecen de distintos estilos, se dejan llevar por distintos tonos, nos encontramos siempre y de manera indudable con la poesía. ¿Poesía de qué? Del cuerpo en primer lugar. El cuerpo que es calor de hogar, la seducción que ejerce la intimidad, el poder de la casa, el miedo a la casa, el amor y sus contradicciones. De la maternidad, en segundo lugar. La maternidad como el mayor milagro, la ternura, el asombro de la maternidad, la huella que deja, las cicatrices, los costos de la maternidad. Del deseo, en tercer lugar, la fuerza del deseo. Aunque podríamos cambiar el orden de los tres sin problema porque los temas se suceden, se alternan, se contradicen. Como la vida, como el cuerpo.
Las fotografías de Ana nos conducen a revivir los afectos, el dolor, la caducidad y el desmoronamiento, lo precario, lo ligeramente ridículo, lo querible, lo próximo. No encontramos en el libro nada que pueda buscar lo majestuoso o lo perfecto.
Kinderwunsch es un libro osado, incómodo, no se detiene ante nada. El deseo de un hijo tampoco. Nada del cuerpo le es ajeno, oscuro, sublime. Las labores del cuerpo femenino aparecen aquí como las labores del viento o del mar. No hay juicio sobre el cuerpo. No hay censura. El cuerpo se muestra como un paisaje natural. El cuerpo aparece mientras trabaja en sus cosas, atiende lo suyo, se comporta como cuerpo mientras es llevado y traído por los doctores, se aviene a sus experimentos, se deja tratar por médicos y enfermeros como carne de cañón o materia disponible pues algo muy serio se está cocinando: el deseo de un hijo. O de dos. Que al fin y al cabo es volver a ser un hijo también; de una u otra manera, nos regresa a nuestra condición de hijos. Nos empuja al origen, a los padres, a la reproducción de la especie. Y mientras esto ocurre, el deseo de niño, la impronta de la vida en las mujeres que quieren embarazarse, se vuelve una fuerza, un torrente imparable.
También en su libro anterior, Álbum, Ana Casas registró con su cámara y con su pluma la vida interior del tiempo; aquellos instantes en los que el cuerpo emite su discurso, silencioso a veces, ruidoso en otras. La mirada de Ana transcurre sobre el cuerpo mientras lo observa hablar en su propia lengua, incomprensible, extraordinaria, un idioma antiguo, seductor, placentero y doloroso. En Álbum los cuerpos registrados viven por su cuenta: engordan, adelgazan, enferman, erotizan, se esconden, se exhiben, duelen, intimidan, envejecen, florecen. El cuerpo expuesto en cada fotografía sigue sus propias reglas, inventa una lengua que no entendemos con la cabeza pero que nuestro cuerpo, el cuerpo del espectador que contempla y lee, sí habla y si entiende. Lo sabemos pues reaccionamos con escalofríos, suspiros, cerramos los ojos, no podemos ver, queremos seguir viendo, reímos, lloramos, nos evadimos. El cuerpo sabe bien de lo que hablan las fotos de Ana mientras que en los textos compartimos el desasosiego, la duda, la incertidumbre, el intento fallido por entender, los pequeños aciertos cuando podemos comprender algo de la prosa y la poesía del cuerpo.
Ana escribe poco pero en sus frases el subtexto es todo. Los silencios, las pausas, los giros nos hacen sentir la angustia que nos provoca el comportamiento de nuestro propio cuerpo; el lector va tejiendo, entre las fotos y el texto, una verdad sobre su propio cuerpo. Se ve reflejado en los cuerpos fotografiados y también se angustia con el texto. El lector reconoce en sí mismo los vaivenes de su propio cuerpo, confirma que se trata de un extraño, un desconocido, un intruso o un aliado en el que no confiamos del todo pero indispensable y admirable, al fin de cuentas.
Acaso sea esta doble lectura de ambos libros (uno ya publicado y éste en ciernes) lo que hace pensar que Ana sabe algo que nosotros apenas atisbamos. La disociación entre cuerpo y mente, así como la relación en perpetua búsqueda de uno y otro. La pareja incómoda que formamos todos con nuestro propio cuerpo. La relación disfuncional de ambos, siempre oscilantes entre el amor y el odio. Acaso sea esta doble lectura la que convierte la propuesta de Ana en un acompañante indispensable para toda la vida. Se trata de dos libros que no pueden ser leídos de una sola vez. Libros que seguirán en nuestro librero para ser leídos, hojeados, revisitados pues no pueden ser consumidos de una sola sentada sino que se cocinan a fuego lento, que poco a poco decantan todo lo que tienen para decirnos, a lo largo del tiempo. Son inagotables porque tienen muchas capas, dicen tantas cosas que se esconden a una mirada furtiva. Libros necesarios. Libros imprescindibles, que nos ayudan a vivir dentro de nuestro cuerpo. Libros íntimos, escandalosamente íntimos.