Sumergida en un hueco, como una cueva. Un río corre debajo de la superficie. Escucho su fluir constante, sin pausa. Hay una oscuridad total. Me oriento por tacto, sonidos opacos. Las fotos se vuelven puertas a cuartos iluminados que me sorprenden y a veces me asustan. Recorro espacios que no parecen tener contornos, espacios internos que se transforman sin cesar. Como los enanitos de la película Solaris de Tarkovsky, cada vez que el personaje abre la puerta escapan corriendo. Apariciones de una realidad paralela.
Siento que me acerco a algo esencial. De pronto tengo un poco de paz dentro de esta depresión sorda, desesperada. Siento que amo intensamente a mis hijos, pero mi afecto está atrapado en una red de emociones oscuras y complejas que no entiendo. Y sobre todo, la impotencia. Esta sensación de no saber hacia dónde moverme, por dónde empezar. Querer refugiarme en el abrazo a mis niños y a la vez estar sola, completamente sola en la depresión.
Como si quisiera contener algo que se cuela por todos lados, tapo una grieta y sale con fuerza por otra. Como una fuga de agua. Quizás debería dejarla correr y no oponer resistencia. Pero tengo mucho miedo.