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Cuidé a Omama, mi abuela, hasta que murió a los noventa y dos años.

 

Al final yo vivía en México, pero pasaba la mitad del año en Viena. Cuando Omama ya no pudo estar sola en su casa, mi madre buscó un asilo. Antes de que vendieran la casa Valentín y yo estuvimos un invierno revisando los cuatro pisos, objeto por objeto, papel por papel. Mi abuela guardaba todo, sus cosas y las de sus parientes que murieron en la guerra, cartas, diarios, fotos, telas, bolsitas de plástico, cajas.

 

Cuando se mudó al asilo empezó a perder la memoria.

 

Val y yo pasamos cada Navidad con ella en Viena. Le traemos al asilo un pequeño árbol y comida para la cena de Navidad. Una vez la llevamos en silla de ruedas al centro de la ciudad para que viera por última vez la catedral. Es invierno, así que la cubrimos con mantas. Luego tomamos té con pastel en Demel.

 

Mi abuelo dispuso en su testamento que un tercio de la venta de la casa fuera para mí. Con ese dinero compramos nuestra casa en México. La remodelamos durante nueve meses. Durante todos esos años fui trayendo cosas de mi abuela en la maleta: los banquitos de madera y vinilo de los años cincuenta, la lámpara que compró para su primer marido, las llaves de agua de la tina, jarras de agua, tazas, platos, todas las fotos, los negativos, las cartas, los diarios.

Omama murió un 16 de enero, sola.

 

Unas semanas antes, justo en la inauguración de la exposición de las fotos que hice con ella, me llamaron del asilo para decirme que se moría. Otra vez tomé inmediatamente un avión. Me quedé dos semanas y seestabilizó. Volví a México y murió poco después.

 

Cuando mi madre, mi hermana y yo fuimos al entierro llevaba dos semanas muerta. La tenían en refrigeración. Toqué su piel, tan fría. Le tomé fotos. Pero sigo sin revelarlas.

 

Mi madre organizó el entierro. Su ex novio, que entonces era presidente del parlamento dio el discurso. Solo me mencionó como la nieta de México.

 

En el café Museum, unos días después, mi madre me dijo: ¿Ya ves como es mi Viena y no la tuya?

 

Al regresar del entierro, Val me recogió en el aeropuerto. En el coche me dijo que mi gato Félix había muerto la noche anterior. Luego me dijo que quería irse de casa por un tiempo. Enterramos a Félix en la jardinera frente a la casa.

 

Cuando unos meses después Val volvió a casa, empezamos con los tratamientos médicos para lograr un embarazo.

 

 

 

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