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Viena, 8 de agosto, 1991
Esperé a que estuviéramos solas para pedirle a Omama hacer los desnudos. Estaba nerviosa y se desató en ella un torrente de palabras. Temí hacerle daño. Hoy me dijo que no durmió por la noche. Cuando se desnudó, algo cambió en mi interior. Las fantasías de su operación, que me acompañan desde niña, se desvanecieron. Su cuerpo es profundamente humano, frágil. Estaba al alcance de mi mano. La abracé. También me desnudé y nos tomamos fotos juntas.
La operación fue hace mucho tiempo. Omama me contó que dejó de bañarse con su niña –mi madre– que tenía ocho años. La madre de mi abuelo le dijo que se había convertido en una amazona. Por eso me imaginaba las fotos en el jardín, en medio de las plantas desbordadas.
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