
Mi mamá y yo siempre vivimos solas. Todos los veranos y las navidades íbamos a Viena. Nos gustaba hablar en español allí y alemán en México, era divertido sentir que nadie nos entendía. Mi mamá se burlaba de Omama y me hacía su cómplice. A veces yo iba a España a ver a mi papá. Recuerdo que estaba deprimido, su departamento en desorden y que me gritaba con frecuencia.
A los quince años dejé de querer hablar alemán. Ya sólo lo usábamos para pelear. Mi mamá decía que yo gritaba porque era como mi padre. Dejé de comer en la mesa con ella y comía sola en mi cuarto. Siempre estaba a dieta.
Cuando nació Sarya, mi hermana, yo tenía dieciocho años. Mi madre me preguntó si debía tener el bebé. Tú lo cuidarás conmigo, me dijo. Mi hija mexicana, la llama con orgullo. Su padre es un revolucionario nicaragüense clandestino. Durante varios años lo conocí como Carlos. Luego mi madre me dijo que su verdadero nombre es Rafael. A veces viene de visita.
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